sábado, 6 de agosto de 2011

EL CENÁCULO, LUGAR DE LA IGLESIA NACIENTE...


Y cuando llegaron, subieron a la estancia superior, donde vivían.
Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu,
en compañía de algunas mujeres, y de María, la Madre de Jesús.

(Hch 1, 13-14)


El primer día, por la mañana, la primera visita fue el Cenáculo, la Estancia Superior, en la que el Señor instituyó la Eucaristía, en la que el Señor lavó los pies a sus discípulos, en la que María oraba y velaba por la Iglesia naciente, acobardada y triste encerrada en aquella estancia, y en la que se produjo el acontecimiento de Pentecostés… De todos estos acontecimientos, cerrando los ojos, el que me tocaba el corazón era la oración de María con los apóstoles en los días previos a Pentecostés, a la Efusión del Espíritu Santo, me acordaba –parafraseando un poco- de las propias palabras de María en torno a este acontecimiento, según las visiones de la beata Ana Catalina Emmerick, religiosa agustina, (1774-1824):

Miro la enorme tranca de hierro que cierra la puerta, y detrás de ella nosotros, acobardados, ante la posible reacción de los romanos, o de los judíos. ¡Vivimos en penumbra, si casi ni hablamos! Y el único momento de descanso que tenemos son los momentos de oración, y los de la la fracción del pan. Yo intento daros un poco de consuelo, y sabéis que alguna ocasión, incluso, nos hemos reído cuando os contaba anécdotas o travesuras de mi niño, Jesús.

Soy la Madre de todos vosotros. Aún resuenan en mi mente las palabras del Salmo: “Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela el centinela” (Salmo 127, 1). Y creo que es el momento de tomar las riendas de esta pequeña comunidad que me ha sido confiada, que es la Iglesia… ¿Por qué no rezamos todos juntos? No me miréis tan extrañados, tanta es vuestra decepción y poca fe que así estáis, como muertos. Leamos la Palabra y confiemos que Jesús está vivo y ha resucitado. Me dirijo a una de las estanterías de la sala y cojo otro rollo, lo desenrollo sobre la mesa, encuentro el texto que andaba buscando, y le digo a uno de los discípulos: “Acércate, lee aquí, porque mis ojos están cansados...”

En aquellos días, al llegar Elías al monte de Dios, al Horeb, se refugió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: “Sal y aguarda al Señor en el monte, porque el Señor va a pasar”. Pasó antes del Señor un viento huracanado que agrietaba los montes y rompía los peñascos, pero en el viento no estaba el Señor. Vino después un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después vino un fuego, y en el fuego no estaba el Señor. Después se escuchó un susurro. Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva. (1 Re 19, 9-13).

A pesar de la desnudez de la sala, pues la Estancia Superior o Cenáculo es de titularidad del gobierno israelí, el creyente no puede sino sentir que toda ella se llena, de inmediato, con la presencia de María, con la fuerza del Espíritu Santo que hizo saltar las trancas de la puerta y los contrafuertes de las ventanas...


...y todo ello en silencio, pues a los cristianos no nos dejan, no ya celebrar la Eucaristía, sino ni siquiera orar o entonar un canto… pero en el silencio del corazón, cada cual sabe que ahí, bajo esas bóvedas y esas columnas, nació la Iglesia, en torno a María, con la fuerza del Espíritu Santo que sigue soplando, y hablando, y orando, como en un susurro, en el corazón de cada uno de nosotros, como dice San Pablo:

Nadie puede decir: “¡Jesús es el Señor!” si no es movido por el Espíritu Santo.

(1 Cor 12, 3)

La visita de la Tumba del Rey David aunque pueda parecer algo anecdótico a los ojos de quien, efectivamente, no es judío, no es algo que me pasara desapercibido, pese a que esa es la excusa de los judíos para reclamar la titularidad de todo el conjunto de edificios sucesivos que amalgama y abarca el Cenáculo y pese a que estuviese en obras, porque en el Rey David se ilustra muy bien lo que es la condición humana: Escogido por Dios, Rey de Israel, bendecido por el Señor, astuto estratega y militar, pero a la par incoherente, mujeriego, adúltero y asesino… y con todo un hombre de una profunda oración, sino no se explica la cantidad, profundidad y sentimiento de cada uno de los Salmos que él compusiera y que, miles de años después, nos ayudan a cada uno de nosotros a orar, a invocar al Señor en la fiesta, en la alegría, en el pecado, en la soledad, en la tragedia, en la enfermedad…

Como detalle curioso, decir que la tumba del Rey David estaba en obras...


Y es que ésta es la condición humana: Somos capaces de lo más sublime y de lo más bajo, pero siempre confiamos en la misericordia del Señor que es más grande que nuestra debilidad. Con todo, asociar la Tumba del Rey David al Cenáculo o Estancia Superior, por parte de los judíos, no hace sino evocarme uno de los cantos más queridos y antiguos de la Renovación Carismática Católica:

Si el Espíritu de Dios se mueve en mí,
yo canto como David,
yo canto, yo canto,
yo canto como David…

(Cantad al Señor, nº 612)


Poco después, ya en la Capilla del Cenáculo franciscano, ubicado pared con pared con el Cenáculo histórico, frente a la belleza de aquella escultura de la Santa Cena, en la que el corazón del Señor se convierte en Sagrario, custodiando su presencia viva y real, bajo la acción del Espíritu Santo, el Señor tocó mi corazón de una forma especial, y aunque es algo que esperaba e intuía, lo cierto es que no era ese el momento en que creí se iba a producir: Me emocioné y se me saltaron las lagrimas al rezar el Padrenuestro en la celebración de la Eucaristía…

Yo creía o esperaba, sí, que me emocionara en la Gruta del Padrenuestro, así que esas lágrimas me pillaron por sorpresa… quizás el Señor estimó conveniente librarme de aquella carga, la del sentimiento, antes de tiempo para que no caminara el resto de la peregrinación con ese pellizco en el corazón, como se suele decir… y todo era debido a que la oración del Padrenuestro, mucho antes que mis padres, en el colegio, o en catequesis, me la enseñó mi abuelo casi desde que tuve la capacidad de hablar… como hizo con todos sus nietos, con independencia de cómo nos fuera en la vida, de cómo evolucionáramos en la fe, de si creyéramos o no, su único afán era que todos sus nietos supiesen, al menos, rezar el Padrenuestro… como podéis imaginaros mi abuelo ya no está, falleció, por eso la emoción al rezar mi primer Padrenuestro en Tierra Santa